El grito.- Edvard Munch |
Una representación alrededor de la muerte de Munch nos muestra lo mismo. La muerte no está en el cadáver, no en el resto tumbado en la cama. Ése es un hecho bruto. El cadáver no es más que el resto que ha dejado. La muerte se encuentra precisamente alrededor del cadáver, un entorno difuminado por la propia muerte. Sólo la memoria nos impone aquella vieja costumbre de poner sudarios, de hacer máscaras mortuorias, de erigir estatuas de lo que un día fue, de mantener criogenizado en los recuerdos algo (o a alguien) que ha pasado a la historia sin más historias.
Cerca de la cama de la muerte (fiebre).- Edvard Munch |
Pero la propia vida demuestra el mismo carácter. Somos seres sujetos a continuas metamorfosis (kafkianas, muchas ellas), a dejar restos de lo que fuimos a través de artificios. La vida, el nacimiento y la procreación son los mayores de estos artificios. Los propios animales dejan en vida restos de estas metamorfosis, de las transformaciones que les llevan a ser otra cosa distinta mientras lo antiguo fenece. En el propio nacimiento tenemos nuestro primer sudario, la placenta gracias a la que nos hemos alimentado y en la que dejamos nuestra impronta, nuestro código genético. Somos unos seres de por sí asquerosos compuestos por flujos de todo tipo y que muestran precisamente esa evolución, desde la primitiva eyaculación hasta la pérdida de fluidos tras la muerte. Somos una mancha en la historia, esa es nuestra memoria. La Historia con mayúsculas (la Historie, no la Geschichte de los alemanes) no consiste en otra cosa sino en la recopilación de eyaculaciones ilustres.
El día después.- Edvard Munch |
Sí, incluso el texto. Porque efectivamente el ser para el texto es un ser para la muerte. El papel blanco es el sudario en el que se marcan las figuras del cadáver de las letras, los flujos de la pluma, la tinta que un día tuvo vida; la semilla de la escritura. Y al mismo tiempo es la placenta en la que crece algo que deja de ser nuestro propio cuerpo y se hace independiente de nosotros, adquiere nueva vida y acaba con la antigua. Así que podría decirse con rigor que es un ser para la vida, un ser para un nuevo cambio. La escritura deviene Corpus, se enajena. Y el cuerpo del relato cambia y se establece según interpretaciones, según nuevas metamorfosis que abandonarán el antiguo cuerpo y darán forma a uno nuevo, y así constantemente.
Pero qué le vamos a hacer. Nos encanta dejar restos, nos da placer. Todo hombre aspira a eso, a que le recuerden, a tener descendencia, a plantar árboles y a escribir libros o chorradas como éstas. Vivimos continuamente bajo la máscara.