jueves, 29 de marzo de 2012

Arcadas

Hipócritas. El mundo está lleno de hipócritas, ellos, yo, no yo no, bueno sí, yo también, pero no. Todos se rodean de su falsa y triste felicidad fingida, de sonrisas forzadas, brindan por acontecimientos inexistentes, por lo superfluo de nacer, ¿brindarán acaso por la muerte de alguien? ¿Brindarán por ti, por mí, cuando faltemos? El caso es que por algo brindarán, con la misma hipocresía, descorcharán botellas, espumarán los días entre nenúfares pulmonares... Sólo nos queda una opción posible antes de la arcada, la única razón de la existencia.

Decidir que hacer con esas náuseas parece nuestra más sublime libertad, decidir dónde agachar la cabeza, no por humildad, claro, sino por asco. Y sin embargo nuestra cabeza siempre estará sola en ese gesto, ¿nadie habrá que nos soporte cuando vomitamos sobre la existencia, cuando lo hacemos por la existencia?

Todos son hipócritas, he dicho, lo he pensado quizá, incluso a lo mejor y todo lo he sentido, como esas náuseas, como la falta de un brazo que nos sostenga la frente. Pero no, yo no necesito que nadie me ayude a vomitar. Yo no soy un hipócrita. ¿O sí? Sí, más que ninguno, pero afortunadamente bajo mi fingida sonrisa todavía cae la caliente baba que presiente la presencia continua de una profunda arcada.



No hay comentarios: