lunes, 20 de diciembre de 2010

Las cenizas de la memoria

Todo es ceniza. Lo consumido pero que todavía sigue ahí en tanto que consumido. Es un resto más. El vertedero se transforma así en cenicero. Las cenizas de nuestra vida, el consumirse de la vida que sin embargo existe como tal. La prueba palpable de que hemos vivido en ese resto. El último resto es la muerte, ese último resto que es un cadáver.

Poco a poco nos vamos consumiendo, vamos desapareciendo de cómo éramos y vamos dejando resto. Como los buenos cigarros habanos quien crea una ceniza compacta y mantiene más o menos siempre la misma forma, ése crea una personalidad más o menos fija en la temporalidad. Los demás somos cigarrillos nerviosos y rápidos que se agotan en el cenicero.

Pero no hay otra forma de vivir ni de disfrutar de la vida que no consista en consumirla, en encender la llama que prenda las pasiones, que ponga en marcha los días y las noches. El fuego de Heráclito es el que nos da la vida y acaba con ella, haciéndola real. Por eso la muerte es parte de la vida, aunque sea su límite, y vivir es comenzar a morirse.

Éste es el enorme gesto de pedirle fuego a la muerte, de seducir a esa gran dama negra, a esa mujer fatal.

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