Hay que hablar siempre con justicia, decir lo que se tiene que decir y en el ámbito en el que hay que decirlo. Es el ámbito de la Justicia, lo que Aristóteles calificó como categórico. Pero ser categórico no implica imponer lo que se dice. Un juez no impone, "falla", interpreta sobre los hechos que son ya interpretaciones. En su juicio no hay un componente legislativo-impositivo, sino decisivo-moral. Tiene que tomar una decisión, tiene que elegir y elegirse, decidirse en lo que dicta. Al decidir dice la sentencia y se dice a sí mismo: se compromete con su propia decisión. Así, lo categórico consiste en decir algo de algo, algo de alguien y, en último término, algo de sí mismo.Podemos (y debemos) ser así; justos. Decir las palabras justas y aplicar con justicia las palabras. El hablar gratuito, sobre todo en ciertos contextos, forma parte de una maleducada y nefasta injusticia. Y no me estoy refiriendo a la mera difamación sin argumentos, ni al insulto y descalificación, aunque se tengan argumentos a favor, además de que las personas con argumentos no tienen que recurrir a este método. Me estoy refiriendo a la verborrea accidental, al "yo pienso de que...", al "en mi opinión...", "bajo mi punto de vista..."; a la eyaculación precoz de la lengua. Tener un punto de vista no significa, necesariamente, ver las cosas con perspectiva. Esa perspectiva tomada en relación a aquello de lo que se habla y del propio punto de vista y de uno mismo, es lo que nos hace decir las palabras justas. Es nuestra forma de objetividad, aquella que se sabe partícipe de un sujeto, que no dependiente de él.
Pero además, hay otra forma de ser justos con las palabras. Las palabras justas se refieren, como decíamos al inicio, a ser parco en la expresión. La parquedad no consiste en no tener nada que decir, ni saber decirlo, sino en decir justo lo que hay que decir (nuevamente la justicia y la justeza). En los espacios en los que habita esta parquedad, en los silencios, habita al mismo tiempo la posibilidad de otro decir, del decir de los otros y de nosotros mismos, incluso de escuchar. El silencio abre el espacio para una comunidad inconfesable y silenciosa, como nos recordaba Blanchot. Saber hablar no consiste en otra cosa que comprometernos con lo que decimos y con el espacio en que lo decimos.
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