miércoles, 23 de junio de 2010

La arquitectura del vacío

 

     El otro día llamó a mi puerta Heidegger. Hacía tiempo que no se presentaba semejante pesado con su discurso farragoso. Quería comentar conmigo algo que habíamos leído en un blog (El Rascacielos: Horror vacui). El caso es que se trajo su Die Kunst und der Raum bajo el brazo y comenzamos a charlar.

     Todo trataba sobre la experiencia artística del horror vacui. Yo, que pensaba que ésa era una expresión más propia de, como diría el poeta, "filósofos trasnochados", me quedé sorprendido al ver que había gente que todavía era capaz de experimentar algo sobre el vacío, aunque ese algo fuese horror. Esta experiencia se manifestaba como la necesidad de "llenar" una obra de arte (en este caso pictórica), de agotar todas las posibilidades reales y pensables, de, en una palabra, dar por "acabada" la propia obra, darla por muerta.... Bueno, quizá no esté siendo muy fiel a la realidad de lo que leí; en cualquier caso animo al que esté interesado a que lo haga con otros ojos.


     El caso es que el vacío no se presenta como una carencia, sino como una invitación a crear espacios, espacios artísticos, espacios humanos. La delimitación de la obra, su tomar cuerpo en algo real, no consiste en una diferencia entre lo interno y lo externo de la propia obra. La obra es su propia materialización en el espacio; es más: la obra consiste en materializar y corporeizar el espacio, y es ella misma la que crea lo que le rodea, sus propios contornos (a colación con el título de este blog).

     De este modo, el espacio deja de ser una condición de posibilidad para los objetos o para la experiencia de los mismos, al modo kantiano. El espacio se convierte así en una creación del ser humano, de la existencia. El hombre crea su espacio; a veces a codazos; a veces artísticamente. El vacío queda, del mismo modo, tranfigurado por completo. El vacío es el propio espaciar, es un producir. Vacíar y espaciar consiste en preparar el lugar, ese lugar del que "han huido los dioses".

     En el arte plástico figurativo (especialmente la escultura), esto es obvio. No hay más que recordar aquí el vaciado como técnica. Pero en el resto de artes también. La música toma cuerpo entre espacios de silencio que forman parte indisoluble de la propia música. En la poesía y el lenguaje también es así. La respiración, una coma, el ritmo, la propia musicalidad, influyen incluso en el sentido de lo que se dice. Me sigue maravillando que en francés haya haches que no sean mudas y, sin embargo, no se pronuncien, pero que influyan en la pronunciación e incluso escritura de toda la frase. Es curioso que lo que no es obra, forme parte de ella o, por lo menos, del propio "poner en obra", del obrar como seres humanos corpóreos que abrimos espacios.

     Dejo para otro momento una charla sobre el topos y el vacío con el Filósofo. Nuevamente curioso que algo que parece no ser nada merezca un extenso espacio en la Física aristotélica. Quizá es que los filósofos nos dedicamos a pensar en nada. Pero ya lo decía Benedetti, es lo mismo que pensar en todo. Pero siempre es pensar...


Fotografías: Juan Diego (Palacio de Cristal de El Retiro)

1 comentario:

nuria ruiz de viñaspre dijo...

gracias gracias gracias
me embobo leyendo a heidegger y su Die Kunst und der Raum

me alegra la coincidencia de la imagen de bacon, mañana sabrás por qué digo esto

besos