sábado, 26 de junio de 2010

¿Y para qué poetas en tiempos de fútbol?

 
La tarde comenzó con una tormenta de esas típicas de verano, con sus gotas calientes cayendo pesadas sobre el asfalto. Me dirigía a la Gran Vía madrileña para asistir a la presentación del último poemario de Nuria Ruiz de Viñaspre, Tablas de Carnicero. Llegado a La Casa del Libro (donde era la presentación), descubrí con un curioso estupor que el pequeño rincón que antes estaba dedicado a los libros de filosofía (entre el ascensor y las escaleras de la segunda planta), estaba ahora dedicado a esoterismo, libros sobre velas, incienso y otras exquisiteces por el estilo. Curioso cambio. Habían sacado la filosofía a la sala principal ampliando su espacio.

La presentación fue estupenda. Resultaba realmente efectista (y más posteriormente editando estas fotos) ver cómo la escena casi reproducía de algún modo los colores y formas de la portada del libro. Mientras se recitaban los poemas una manada de imágenes se adueñaban de toda la sala con todo su bestialismo, bestias pacíficas que nos daban su lección ética sobre la reificación de la naturaleza, sobre la ejecución programada, sobre el ser-para-la-muerte del otro.

Pero, ¿no es acaso la violencia el nacimiento de la civilización? El robo del fuego por parte del que todo lo prevé (Προμηθεύς) y lo tiene todo calculado. ¿Incluso su propio castigo? Condenado a que las mismas bestias le devorasen el hígado cada día, a la retroalimentación de la violencia engendrada por él mismo.

Y, sin embargo, ¿qué es el fuego para el hombre? El poder (de) ser dioses, de comer alimentos cocinados, de dejar de ser simples carnívoros para convertirse en gourmets. El nacimiento de la civilización (humana, no hay otra) coincide con la humanización del arte culinario, reservado hasta entonces a los dioses. Somos cocineros; eso nos diferencia del resto de animales. Cazamos, matamos y comemos carne, pero tenemos el "arte" (o la indecencia) de cocinarla.

Y ya ni siquiera somos verdaderos cazadores; ya no queremos mancharnos de sangre. Para eso tenemos a los carniceros, que se comportan como "hombres". Matan, despiezan y cocinan por nosotros; se manchan por nosotros, cobardes animales civilizados.

Entre tanta poesía, entre tanta ética y carne mística ensangrentada, la realidad se nos plantó en las narices (bueno, en los oidos) y nos provocó más de una sonrisa. La Gran Vía madrileña celebraba a bocinazos un gol de la selección española frente a la chilena. Mal día para habitar poéticamente... lluvia, fútbol.

Se preguntaba Hölderlin "¿para qué poetas en tiempos de miseria?". Y Heidegger vio muy claro en sus Holzwege que esos tiempos de miseria vienen marcados por la ausencia de dioses. Incluso de esos dioses a los que robarles el fuego para que nos enseñen un nuevo arte culinario.

Todos atendemos a la espera de los nuevos ídolos que sustituyan a esos dioses huidos. La gente vestida de rojo embobados frente a un televisor, también mirando hacia arriba, poblando los bares-establo. Nosotros, mirando la pantalla que había sobre la sala observando el matadero. Pan y circo; vacas y fútbol. La pregunta debe permanecer como tal: Wozu Dichter?


Terminé la tarde viendo el final del partido y saboreando una jugosa hamburguesa.